Por Marcela Lepore
Mucho se habla de la cultura socialmente responsable que las organizaciones deben formar hoy en día. Esta cultura se genera dentro de la misma y en vinculación con el entorno, donde resultan de vital importancia los valores que se transmiten. Así, la situación que vive la RSE en el mundo y particularmente en América Latina se posiciona en el centro de la escena.
¿Pero qué significa para los empleados de una organización, formar parte de una cultura socialmente responsable?
Sabemos que existe un nexo entre la Responsabilidad Social Empresaria (RSE) y la Satisfacción laboral, que se genera al interior de una Cultura Organizacional Social y Colectivamente construida (Lepore, 2015)
Las prácticas laborales se definen como aquellas políticas y acciones instrumentadas por la empresa con capacidad para afectar las relaciones con sus trabajadores. Dichas prácticas tienen como objetivo el mejoramiento creciente de las condiciones de trabajo de los empleados.
Por lo tanto, las características bajo las cuales podemos analizar este nexo, no la podemos abordar desde el modelo de la empleabilidad tradicional, es decir los vínculos y relaciones que se generan entre el empleado y el empleador; sino que impone la exigencia de efectuar un pasaje a una empleabilidad estructurada desde los principios y fundamentos de la RSE.
Es decir, que existe una incidencia, causal u otra que la RSE ejerce en la satisfacción laboral, sea proveyendo el marco para su sustentabilidad y permanencia, o bien, involucrando a los empleados y el resto de los stakehloder en una visión compartida del negocio y de la misión empresarial.
Entonces, si consideramos el clima laboral, el cliente externo, la gestión de la calidad, el cuidado del medio ambiente, la sustentabilidad, la implementación de programas de RSE por parte de las empresas - sean estos de RSE interna o externa como RSE comunidad -, estaremos frente a organizaciones que atesoran imágenes más positivas y que nos lleva a observar empresas sustentables.
Es innegable entonces, que nos encontramos frente al surgimiento de una nueva empleabilidad originada, no ya, en el ámbito académico, sino en el seno de las prácticas de la RSE, por cuanto la vinculación empleado / empleador, se modifica y dinamiza. Ejemplo de ello es justamente, la adaptación de estas dinámicas en el contexto de incertidumbre y cambio generado por el COVID19.
La expresión teletrabajo fue establecida por primera vez por el economista Jack Nilles en los años setenta, cuando Estados Unidos atravesaba una grave crisis económica debido al petróleo. Nilles fijó el término “telecommuting” para referirse al hecho de que el trabajador no tuviera que desplazarse al trabajo, sino que se “teledesplazara” (Barba, 2001), (Pérez, 2011) y (Mañas et al., 2012). La adaptación de este modelo de trabajo supone la posibilidad de alcanzar ventajas para todas las partes integrantes de una organización, desde la productividad y la flexibilidad laboral a la motivación y la satisfacción”.
Lo cierto es que, en todos los ámbitos laborales esta modalidad fue ampliamente adoptada y sin discusión. Lo que da clara cuenta de la capacidad de adaptación de las organizaciones, pero el rumbo que ya se vislumbraba con respecto a las nuevas dinámicas empleado / empleador.
Comments